Un mamarracho de mármol (autobiografía) – Parte 1

Un mamarracho de mármol (autobiografía) – Parte 1

El día que Dios me creó había amanecido con pereza. No se sabe muy bien qué lo indispuso: tal vez comió de más la noche anterior y tuvo pesadillas o tal vez los querubines seguían tirándole piedrecillas para luego esconderse tras una nube entre risitas afeminadas o tal vez seguía encontrando caca de brontosaurio por doquier en el jardín del Edén. O tal vez simplemente se había levantado con el pie izquierdo. Sea lo que haya sido, no sentía la creación como un arte, como en sus mejores días, sino que lo embargaba esa odiosa sensación de obligación, de trabajo, como si tuviera una fecha límite o le hubieran forzado a acomodarse a un formato para satisfacer cierto nicho de mercado. Y aunque nada de eso estuviera pasando, simplemente no se hallaba y no le nacía crear ese día. Pero Él sabía que artista que se respete crea tanto en los días flojos como en los fluidos, tanto en los de esplín como en los que sobran ganas, mejor dicho, todos o casi todos los días, de lo contrario su técnica nunca habrá de superar una ejecución burda y elemental.

Con esto en mente se propuso más bien ejercitar que crear en estricto sentido, sólo como para no perder el ritmo. Tal vez por eso optó por los simios lampiños, se trataba de una derivación de otra especie, no había que empezar desde cero. Los organismos unicelulares o los peces del caldo cósmico requerían mucho mayores dosis de originalidad, optimismo y confianza. El tal Adán, en cambio, reposaba en algún rincón del cuarto de San Alejo, junto con las demás obras que permanecían en duda para formar parte de La Creación. Escarbó allí unos instantes y encontró varios prototipos de simio lampiño idóneos para practicar, estaban completos salvo por unos pequeños detalles, sólo tenía que seguir los pasos como si de instalar una aplicación de Windows se tratara.

Todo ese día bíblico anduvo el buen Dios taciturno y huraño, pero a fin de cuentas cumplió, o mejor, se cumplió a sí mismo como artista, de lo cual resultó una tanda cercana a los seiscientos millones de simios lampiños, el noventa por ciento de ellos varones. Cuando cayó la noche celestial se sentía como indigesto pero satisfecho. Recordó entonces, tarde como siempre, que ese desbalance entre machos y hembras de lo que fuera siempre le producía malestar estomacal. Eso sin mencionar la sensación de haber fabricado artesanías… o bizcochos, si a eso vamos, sabrosos, interesantes, necesarios, pero tan faltos de gracia… a duras penas tendrían un valor de uso… De esta anécdota en el aprendizaje artístico de Dios, que coincide con los días en que diseñó el piloto de La Creación, quedan a lo mucho un par de conjeturas de interés teológico, siendo la principal de ellas el testimonio de su odio al trabajo, lo que explicaría el terrible castigo que impuso al hombre cuando Adán se pasó de curioso. Aparte de eso, bueno… queda mi creación, yo soy uno de esos seiscientos millones de simios lampiños que El Creador definió como “sabrosos, interesantes, necesarios, pero faltos de gracia”, producto de un prototipo de una derivación poco satisfactoria de una creación divina propiamente dicha.

A la fecha el pobre Dios refunfuña cada que los humanos se jactan de ser su mejor creación y de haber sido creados “a su imagen y semejanza”… aunque tiene días de autodesprecio, como le pasa a todo artista, jamás en su larga existencia ha tenido un día tan deprimente como para darse tan duro… Qué se le va a hacer, está consignado en La Biblia, cuyos autores muy hábilmente hicieron pasar por Su palabra, mentira tan ampliamente difundida que ya ni Él mismo puede desmentirla. Así son los críticos, así han sido por los siglos de los siglos, se atribuyen la autoridad de hablar por el artista, de interpretar sus obras y motivaciones, y en muchas ocasiones (como en este caso) hasta de hacer pasar por su obra maestra la creación que él juzga menos meritoria.

Esta introducción pre-bíblica era necesaria para explicar varios hechos de importancia en mi vida. El primero de ellos es que me parezco a muchas personas, más exactamente a quinientos noventa y nueve millones quinientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve personas. Una de las frases que más he oído en mi vida es: “¡el otro día vi a alguien igualito a ti!” Siempre siento el mismo fastidio satírico porque es inevitable que me dé risa de mí, aunque nunca le he preguntado a nadie si primero hago cara de fastidio mientras musito algo parecido a un “aaaaggghhh” y después me río o de qué otra forma ocurre eso en el mundo fenoménico. Sé que en algún momento me río y le digo a la persona algo como: “sí, tengo muchos look-alikes, Dios me creó un día que tenía pereza”. Siempre me pregunto, igualmente, si mientras pasa todo eso Dios se ríe de mí o refunfuña como ese entrañable emoji gruñón.

Desde luego, mis parecidos no se agotan con simios lampiños… ni siquiera con seres de carne y hueso… es más, vaya uno a saber si hay una serpiente o una célula eucariota que se parece a mí (o yo a ella)… Verán: así como ocurre con los prototipos de humano originales, una vez una idea divina ha sido concebida, se vuelve prototipo de infinidad de otras ideas, que se le pueden ocurrir a cualquier bicho capaz de imaginar. ¡Imagínense! El propio Dios nació así, pues antes de que a algún orate prehistórico se le ocurriera imaginárselo, nadie sabía que Él existía… La consecuencia práctica de este inútil enredo metafísico es que también me parezco a un montón de personajes de ficción, sobre todo caricaturas. Esto último es apenas lógico, pero ya llegaremos a eso a su debido tiempo. Finalmente, para no alargar más la historia, de lo anterior se deriva que en el transcurso de mi corta existencia he acumulado… digamos… unos cuantos apodos.

Ya en Plop! (un panfleto apócrifo que algunos entusiastas de mi obra me atribuyen) decía yo que las contraportadas suelen ser prólogos exteriores, elogios merecidos o inmerecidos por el autor, pequeñas vallas publicitarias incapaces de decir que no, como todo lo que se vende. Algo parecido opino de las breves biografías que suelen acompañar libros, exposiciones y otros productos artísticos. Por lo tanto, me debatía yo entre tres opciones:

– ese narcisismo posmoderno que consiste en esforzarse por no ser nadie, o sea, presentar mi sitio web como la obra de otro misterioso autor anónimo, con el montón de estereotipos tontos y odiosos que eso conlleva, de entre los cuales me exaspera la sospecha de una sociopatía que se justifica (y se mistifica) en nombre del genio artístico…

– el inevitable tufo a Casciari, cuya explicación sobre lo que es una biografía es muy divertida…

– y una auto-semblanza inevitablemente convencional, que hubiese equivalido a la primera opción pero con palabras. Eso fue, claro, hasta que alguien que fue un cariño significativo en mi vida (la misma persona a quien debo el nombre de la sección Fake Fan) me sugirió que escribiese una autobiografía haciendo un recorrido por mis apodos. La solución no puede ser más afortunada: una semblanza de mí, escrita por mí… a partir de la manera en que me perciben las personas que he amado en lo que va de esta visita a bordo de un pellejo humano. ¿Quién lo creyera?: la pereza de Dios salvó este sagrado hospicio para charlatanes de la fanfarronería y la insipidez literaria (o eso espero…).

Aquí vamos entonces… 

Mis tres primeros apodos son ternuras familiares: Juancho me dicen dos de las tres integrantes de la ginecocracia que fue el hogar de mi infancia; “Canca” me decía un primo querido que cuando bebé era incapaz de decir Juanca, pero ese apodo ya está casi extinto en la familia; el más especial de entre los apodos de esos días es sin duda alguna “muñequero”, el que me puso mi padre y el que usó hasta nuestro repentino distanciamiento… seguro será su primera palabra cuando nos reencontremos.

De la niñez temprana no recuerdo más apodos. Del colegio tampoco, salvo uno: “Isazón”. El juego de palabras fue audaz, pero en honor a la verdad, mis amigos del colegio no llegaron a probar ni mi tinto, aunque algunos (y sobre todo espero de corazón que algunas) podrían afirmar que su generosidad fue profética. Crucemos los dedos para que no me desmientan en los comentarios… Sea como fuere, cocinar es una de las más bellas maneras de amar y por eso lo disfruto mucho. Continuará…

720 1045 El Puente de Octarina
Privacy Preferences

When you visit our website, it may store information through your browser from specific services, usually in the form of cookies. Here you can change your Privacy preferences. It is worth noting that blocking some types of cookies may impact your experience on our website and the services we are able to offer.

For performance and security reasons we use Cloudflare
required
Our website uses cookies, mainly from 3rd party services. Define your Privacy Preferences and/or agree to our use of cookies.