Dilemas posmodernos 3: Contador de historias, no escritor

Dilemas posmodernos 3: Contador de historias, no escritor

Tu [inconsciente] sabe qué escribir, así que quítate de en medio[1].

Ray Bradbury

I.

Un bloqueo de los mil demonios (literalmente) durante el último mes[2], más o menos. Ya casi todo resuelto en la cabeza, pero con la necesidad de escribirlo. Producto de otra ¿otra? ¡otra! crisis de escritura de cuentos… Un momento que parece decisivo: no parece quedar más opción que lanzarse al agua después de haber estado contemplando el río toda la vida. ¿Qué diría Heráclito…?

Básicamente, tratar de planear los cuentos resultó imposible, y por ahí derecho escribir cuentos “realistas”, en el sentido de que se parezcan a [la manera en que suelen contarse] las vidas cotidianas de las personas, también. Y por ahí derecho nos dimos[3] cuenta de que tratar de leer una sola cosa y/o ver una sola cosa y/o en definitiva pensar en una sola cosa, no sólo nos aburre mortalmente sino que reduce la eficiencia de nuestros momentos de juego creativo, tanto en términos de ímpetu como de optimización del tiempo como de efectividad en la producción. Es sencillo hacerlo cuando se trata de trabajo, como es el caso de las tareas de Alexandria, y los avances traen consigo esa tranquilidad de estar cumpliendo, de no ser ni parecer un holgazán. Pero en lo que tiene que ver con narrativa y con Cabezología Mitopoética, claramente por ahí no es la cosa.

De hecho, hay alguien del parche de la mente empujando fortísimo para que entendamos que la cosa debe seguir la máxima Charlygarciana “[el] capricho es ley”, nos rindamos y nos dejemos guiar ¡por fin! por ella, lo que además, intuimos, va a resultar muy propicio para una práctica más efectiva de la magia y para la comunicación con las otras gentes (tanto de esta dimensión como de las otras). Lo que ha resultado extremadamente difícil poner en palabras es que si las prácticas no pueden empezar por un plan estructurado, que obedezca a una intención de escribir un texto de tal o cual género, con tales o cuales características; deberán empezar entonces por escuchar la sincronicidad. Esto quiere decir tomar toda la información disponible en cada momento de escritura, y quizás de manera más amplia en cada momento de la vida, que puede durar desde semanas hasta días o incluso años, teniendo en cuenta además que nada impide que se vivan dos o más momentos simultáneamente…; tomar toda esa información e interpretarla en el lenguaje y en la poesía de las tripas.

Es necesario aclarar, para quienes no estén familiarizados, que esa información proviene del entorno, de la mente, y de las situaciones/circunstancias del momento. En psicología analítica, partiendo de la obra del gran maestro Carl Jung, se entiende la sincronicidad como una “coincidencia significativa” o como una “conexión acausal” entre eventos en el entorno y eventos mentales. Por “acausal” se entiende que la conexión no es el del tipo causa-efecto. Entonces, sincronicidad es cuando un evento en el entorno, o incluso en el propio cuerpo, mejor dicho, podríamos decir un evento “físico”, está conectado a un evento mental, entendido como relativo a los contenidos del pensamiento, en pocas palabras, las ideas. Cuando se dice que la conexión es significativa, esto implica, por un lado, que es relevante, que no es trivial, y por el otro, que alude al significado, más exactamente al sentido. Por lo tanto, y dado que no puede entenderse mediante la lógica causal, su lenguaje es el de los símbolos, y cualquiera lo suficientemente abierto a esa lógica poética y entrenado en ella, podrá advertir e interpretar la sincronicidad.

En últimas, la pregunta que ha de guiar la exploración es: ¿qué se le da la reverenda gana de leer o escribir a mi inconsciente en este momento? Es muy probable que una vez empezada la lectura o la escritura de un texto que sintamos que va por buen camino, es decir, que se sienta como jugar, el impulso sea suficiente para terminarlo en un lapso no tan largo. Nos hemos devanado los sesos preguntándonos por qué demonios tiene que ser de ese modo y hemos llegado a poco: Que a lo mejor es porque el inconsciente es por definición irracional, es más, caótico, y que claramente está tratando de tomar las riendas de nuestra creatividad, como en esa cita de Ray que de hecho es parte de la decoración de nuestro santuario de escritura y que es también el epígrafe de esta especulación. Debería ser suficiente y tal vez no haga falta una explicación. Precisamente esa necesidad visceral de explicar todo es lo que parece estar tratando de cauterizar, o al menos poner a raya, el inconsciente.

II.

Es evidente que hay un rechazo a escribir de esa manera, que le hemos rehuido durante años, a pesar de que las pocas veces que lo hemos logrado los resultados han sido maravillosos, desde la experiencia misma hasta el texto terminado, como es el caso de Labios de brownie, que justamente por eso nos gusta tanto. Hay un temor, hay una aprensión, que no somos capaces de explicar y que siempre que lo intentamos nos elude, se nos escapa como agua entre las manos. Este temor sí que es evidente en el lenguaje de la sincronicidad: lo estrujan las tripas, lo ratifican las runas y hasta lo grita sin aliento el asma, recién, recién diagnosticada.

Parece evidente también que hemos proyectado aquella necesidad visceral de explicar todo hacia unos cuantos chivos expiatorios que, aunque no por ello inocentes ni mucho menos indiferentes, sí resultan menos relevantes acá que lo relativo a nosotros, (muy estoicamente) lo que está en nuestras manos, sobre lo que podemos actuar, lo que podemos cambiar. Esos chivos expiatorios, sólo para no dejar la duda en el aire, son la literatura académica y las ciencias (naturales y cualesquiera otras) materialistas, reduccionistas, positivistas y, por si acaso, cientificistas[4]. A ambas les endilgo el realismo, así de escueto, así de vago, pero claramente como una falta, es más, casi como un incomprensible y escandaloso defecto del pensamiento.

Trataré de sintetizar a qué me refiero con “realismo” en tres ideas[5]: 1. que todo se puede explicar exclusivamente a través de relaciones causa-efecto, y/o a través de la lógica filosófica y matemática; 2. que todo se puede explicar desde el materialismo, es decir, partiendo de que sólo es existente, real y verdadero aquello que se puede verificar empíricamente, mediante la más rigurosa experimentación científica, o sea, en pocas palabras, materia y energía, lo que la mayoría de las personas entiende como “realidad” (de ahí “realismo”); y 3. que cualquier interpretación de ideas o acontecimientos que no sea causal y/o materialista, está equivocada, está incompleta, no sirve, es un “agujero de trama” y no vale la pena ni siquiera tomarse el trabajo de entenderla.

Estas tres ideas, además, evolucionaron históricamente a la par con lo que hoy en día es la noción popular de “razón” y, por extensión, de lo que es y puede ser “racional” y lo que no. Esa noción no es, ni mucho menos, la única forma posible de entender el término, sino que se reduce a lo que se conoce como “razón instrumental”. En teoría política y otras áreas suele simplificarse como “medios con arreglo a fines”. En términos coloquiales, es como cuando te sientas a mirarle los pros y contras a una decisión o como cuando formulas un proyecto: tienes un objetivo, haces un inventario de recursos necesarios para alcanzarlo, intentas prever posibles inconvenientes, diseñas una estrategia.

Que esto sea la noción popular de razón implica asumir que todo lo que hacemos todas las personas es (¿o debería ser?) premeditado, lógico y, cómo no, conforme a la ¿ley? de causa y efecto. Pasamos de cuando nuestros padres, con la mejor intención, nos aconsejaban: “piensa antes de actuar”, a creer dogmáticamente que toda acción humana funciona de esa manera, o sea, que tiene detrás una intención consciente, clara, coherente y minuciosamente calculada. O sea, siguiendo ese mismo hilo, que por un motivo que al menos a mí nadie me ha explicado, el comportamiento humano funciona exactamente como los fenómenos naturales[6]. Y después se molestan porque la idea del destino es supuestamente determinista y da al traste con nuestra libertad… La otra implicación, aunque de ella parece hablarse menos, como que pasa más de agache, es que lo irracional, o sea, lo que no es razón instrumental, lo que no funciona de esa manera, es inexplicable por naturaleza y por ahí derecho no vale la pena echarle seso, echarle cacumen, y por ahí derecho, así, suavecito, como quien no quiere la cosa, que lo inexplicable es básicamente lo mismo que irreal, inexistente… Una belleza…

Pocos se sientan a pensar en esto, ni siquiera en sus clases de filosofía… Pero nos hemos violado las cabezas y las existencias durante los últimos tres siglos con esa puta y repugnante basura. Lo peor es que después nos vamos tan tranquilos a clase de lenguaje (que en gran medida es clase de literatura) y hablamos de interpretación poética y de figuras retóricas, y luego el viernes por la tarde vamos al cine a ver pelis de Nolan o de Villenueve, repletas de maravillosa poesía, y a nadie se le retuercen las tripas con la contradicción de que esas cosas… ¡no existen, no son reales, no sirven para nada…! ¡Lo dice La Ciencia, lo dice La Filosofía, lo dice La Lógica! Tal vez por eso a veces las artes, cuya “lógica” suele ser poética en vez de racional y/o causal, terminan reduciéndose a simple “entretenimiento”, ya saben, como comer crispetas u otras formas de masturbación, o a “escapes de la realidad”. ¿Se entiende por qué mis chivos expiatorios son los que son? No me justifico, nada me justifica, pero espero que al menos esto explique mis odios viscerales…

Lo peor es que es a mí a quien desespera esa contradicción. Los supuestos realistas de todos los días, esos que reclaman coherencia en todos nuestros actos, que no creen en fantasmas, que exigen pruebas científicas de cualquier afirmación sobre la vida y el mundo, son también quienes se embelesan con la poesía de las artes y creen en el amor y luchan con pasión por la libertad, o sea, se contradicen rotundamente, afirman en últimas la ley de la paradoja, mucho más acorde a la experiencia humana que la ¿ley? de causa y efecto, y probablemente ni se dan cuenta, y duermen tan tranquilos en esa incoherencia, y me pregunto si alguna vez han pensado que, de seguir a rajatabla esas profundas convicciones realistas con las que sermonean a idiotas supersticiosos como yo, serían peores ineptos emocionales, antisociales y cuasi-sociópatas que Sheldon Cooper en The Big Bang Theory… Pero no: Por lo general se desenvuelven con soltura en la caótica incoherencia que implica ser persona y serlo con y para otras personas.

Mencioné antes mi sospecha de que proyectaba en otros mi necesidad visceral de explicar todo. Ya saben, eso de ver y odiar en otros lo que se es incapaz de aceptar en uno mismo…[7] Por eso es tan poderoso el adagio aquel de: la verdad duele. Pues ahí ’ta: una parte de mí, mi sombra, mi yo perverso, padece un grave caso de realismo dogmático. Es una creencia arraigada en mi mente, que odio con las tripas tanto por mi desacuerdo profundo con ella, como por mi dificultad de aceptar que hace parte de mí. Pero no he de cometer el grave error político del McMindfulness[8] y en general de la espiritualidad tóxica: Que admita que el problema es en principio mío, sobre todo en lo que toca a lidiar con él, no quiere decir que no tenga claro que esa basura existe, que esas ideas también están afuera, en el mundo, en las sociedades, y que hay quienes (elijo creer que sin ser conscientes de ello) las toman por dogmas y las erigen como pilares de sus fanatismos. ¡Más aún!, que esos fanatismos son paradigmas en la época presente, de tal suerte que se las embuten a muchas personas sin darles la oportunidad de defenderse. Pero tranquilos, que el adoctrinamiento sólo es y sólo puede ser religioso…

Debo confesar aquí también mi pelea en proceso de superación (bastante crudo todavía) con el ateísmo militante (o “brillante”, como solía llamarse en Facebook hace algunos años), más que por mi desacuerdo con él, porque se me revolvió con afectos personales muy queridos de mi pasado y con torpezas comunicativas que me dolieron mucho más adentro, mucho más hondo que el intelecto e incluso que mis convicciones personales. Mejor dicho, en los términos más sencillos posibles: Mi pelea con el ateísmo militante se debe en gran medida a que me duele ser maltratado por personas que quiero (o quise).

Con los desconocidos me da risa y no podría importarme menos, aunque en el momento del altercado, el impacto emocional de la violencia sugiera lo contrario e incluso, muy probablemente, me paralice; con las personas que quiero, se me queda en el alma para siempre (o hasta que, y si es que, las cosas se hablan, se resuelven y sanan). Y como (vergonzosamente para un Tauro) soy incapaz del rencor, se me convierte en miedo. Eso es: Al ateísmo militante le tengo miedo. Ahora que lo pienso, me parece que en términos políticos también hay una razón válida para ello: En estos tiempos no hay nada más fácil de identificar que un fanatismo religioso; en cambio, los fanatismos con barniz científico, empezando por el cientificismo mismo, pasan de agache porque participan del paradigma dominante.

Todo lo anterior para decir que mi fobia al realismo y mi miedo al ateísmo militante no son culpa de las ciencias naturales (ni de cualesquiera otras) ni de La Verdad (¿cómo va a ser culpable algo que ni existe?)[9] ni de las mayúsculas que suelen adoptar las tiranías ni de las verdades (que sí existen) ni del positivismo ni del realismo ni de la narrativa realista.

Las ideas y las instituciones evolucionan con las sociedades, con las culturas, con los tiempos, con las necesidades adaptativas que van surgiendo… Y aunque a unas y a otras podemos darles toda la varilla que sea necesaria, sin temor al daño psicológico ni a la corrección política, porque así como las corporaciones no asumen responsabilidad legal alguna, tampoco les da depresión; lo relevante acá, lo estoicamente en mis manos, es que parte fundamental de mi destino es tender puentes, no ayudar a romper los ya maltrechos ni mucho menos golpear los pocos que siguen en pie. Y mucho más importante que eso: la supuesta incompatibilidad entre lo real y lo imaginario, lo racional y lo irracional, las ciencias y las religiones[10], es una maldita patraña, una idea estúpida y dañina. Es mucho más importante intentar mostrar eso que encarnizarnos en uno de los bandos.

Yo sé además que en la narrativa la cosa no es tan así, ese realismo fundamentalista de crónica ingenua o reporte periodístico de pacotilla o investigación policial que nunca atrapará al asesino… Yo he leído a grandes realistas, desde Balzac, pasando por Steinbeck, hasta Bukowski, desde los más pulcros hasta los más puercos, y los amo sin reparo porque sus letras rebosan de la hermosa poesía de la vida y la experiencia humana. Lo mismo puedo decir de mi experiencia con historias realistas en las pantallas… Y el otro día con mi estudiante de escritura repasábamos las figuras retóricas, infaltables en cualquier currículo de literatura, cuya razón de ser no es otra que abordar lo inexplicable, decir lo indecible, lanzarse a lo inefable… Y los grandes análisis literarios, tanto por parte de escritores como de críticos maravillosos ­­—profesionales en literatura que no escriben narrativa—, que los hay y muchos, lo último que buscan es diseccionar la magia cual si de una rana en clase de biología se tratara…

III.

Los contextualizo: Cuando, siendo un polluelo que ni veinte años contaba y cuya cabeza lucía una hermosa y larga cabellera ondulada, decidí nunca estudiar literatura ni nada que se le pareciera, mi justificación poética fue la siguiente: “Lo último que yo quiero es que me diseccionen un beso”. Yo quiero aprender a dar el beso y a saber cuándo darlo, sin tener que recurrir a un manual de instrucciones. Esto sigue siendo muy importante para mi vida… ¡porque soy muy bueno con los manuales de instrucciones! ¡Soy muy bueno con las estructuras lógicas! Soy muy bueno incluso para los ensayos académicos, a pesar de haber fracasado en terminar mi maestría en filosofía[11]… Pero en cambio me ha pasado que sobrepienso el amor hasta en los detalles más insignificantes, y en la cita donde ella y yo sabemos (y queremos) que debería ocurrir el primer beso, paso todo el rato ansioso, preguntándome cuándo será el mejor momento, imaginando cómo será en UHD[12]… ¡y nunca doy el puñetero beso! (Siempre he dicho que, de no ser por las maravillosas mujeres con iniciativa que han sido mis parejas, aún sería virgen).

A una persona como yo le caga la vida que su cultura insista hasta el cansancio en que sólo podemos/debemos ser racionales. Porque no hay nada más estúpido y más inútil a la hora de dar un beso que la puta razón instrumental. Así que en algo acertaba yo con mi rechazo al entrenamiento académico en literatura, aunque más que conocimiento de causa fuese una intuición poderosa. También hay que admitir que para aquel entonces yo era un polluelo arrogante y haragán, que no tenía la menor idea de lo que implicaba el oficio de contar historias, ni tenía el menor asomo de disciplina escritural, ni había establecido una sana dieta intelectual, ni las equivalentes rutinas en otras áreas de mi vida. Era un niñito pequeñoburgués que redactaba ensayos con relativa aptitud y tenía ciertas afinidades e inclinaciones poéticas. Tampoco había leído más narrativa que la del plan lector del colegio (que por fortuna era excepcional y me introdujo a varios de los que siguen siendo mis héroes y mis faros, tales como Borges y Calvino) y mi cultura audiovisual oscilaba entre incipiente y paupérrima.

La intuición poderosa, que atribuyo a las musas o a los dioses o a otros daimones o a no sé quién demonios, pero mérito mío no fue, era que el estudio académico de la narrativa adolecía, y lo sigue haciendo aún hoy, de un marcado sesgo realista, tal vez porque este es propio de la academia en general, lamentablemente salpicada de cientificismo desde siempre, desde sus orígenes modernos y hasta medievales[13]. No se puede negar que las historias que se ciñen a como supuestamente funciona La Realidad, han gozado de mayor atención, estudio, publicidad —por ende audiencia— y reconocimiento, tanto comercial como (quizá por ello mismo) cultural, que aquellas abiertamente fantásticas[14].

Esto inevitablemente afecta la técnica y el estilo, que yo en mis años de polluelo arrogante y haragán confundía con el simple hecho de saber redactar decentemente, pero que no tiene nada que ver con ortografía ni gramática ni sintaxis ni con (alabados sean los dioses) lógica, sino con la composición narrativa propiamente dicha[15]. Aquí entro en territorio menos conocido y no quiero deposicionarla más de la cuenta, pero algo me dice que el realismo suele ser estilísticamente más convencional, más parecido a la crónica y al reportaje, mientras que la experimentación más audaz suele venir de la mano de quienes no están obsesionados con “contar La Realidad tal cual es”, sino interesados en mostrar justamente que no hay tal cosa como una “realidad tal cual es”.

La discusión se presta para mucho, tanto de ancho como de hondo, pero básteme para ilustrar este punto el surrealismo, que menos mal a nadie le dio por traducir literalmente al castellano, porque hubiese quedado “metarrealismo”, lo cual me suena horrible. Significa en efecto “más allá del realismo”. ¿De cuál? Pues de ese realismo al que me he referido durante toda esta especulación.

El ejemplo puede ser un tiro en el pie, puesto que para mi gusto lo que tiene de maravilloso el surrealismo pictórico lo tiene de perezoso y absurdo el literario, que parece una competencia por cuán incomprensible se puede llegar a ser. Cuando y donde corresponda elaboraré una idea importante para mí, a saber, que me tomo lo irracional y lo fantástico muy en serio, que creo que son comprensibles y hasta exhiben patrones, que la lógica poética que comparten no es azarosa ni arbitraria. No se trata pues, para mí, de la feliz oportunidad de escribir barrabasadas con justificación, como sí es el regusto que me han dejado el surrealismo literario y mucho del arte vanguardista contemporáneo.

Volviendo al asunto de la técnica y el estilo, pienso en la extrañeza que me produjo mi primera lectura de Kafka y que volví a sentir, añejada por los años y la inminente calvicie, cuando conocí a Angela Carter. Y así podría extenderme en el largo etcétera que resultó cuando hice la lista de mis cuentos favoritos. Fue entonces cuando me percaté de que mi problema con los cuentos realistas no era sólo mi pubescente haraganería, sino que su estructura me aburre hasta el hartazgo y que, por fortuna y gracias a la Señora Fortuna, nadie cuenta historias de esa manera en una taberna. Si no que lo diga Terry Pratchett, a quien se le atribuye una capacidad sinigual de sonar justamente así, como si le estuviese contando la historia a uno al calor de una cerveza fría.

Eso sin mencionar que Murphy/Destino y su cohorte crearon los géneros literarios, entre muchas otras razones, para burlarse de mí. Cuando escribía cuentos de polluelo, mis amigos me decían: ¡wow, qué buen poema en prosa! Años más tarde, el comentario era que mis cuentos eran muy ensayosos, que el narrador no tenía por qué andar opinando, que le dejara eso a los personajes. Mucho de razón había en esas observaciones, que además fueron siempre amables y cariñosas, desde un lugar de auténtica generosidad. Mucho de razón había en ellas, pero a la vez no. Porque como bien decía Aristóteles cuando le daba fiebre y su psicorigidez no le estorbaba: sí pero no.

Me puse entonces dizque en un curso autodidacta de escritura de cuentos, y a la fecha mi carpeta llamada “Recursos Storytelling” (a mí también me gusta hacerme bullying) cuenta con treinta y un documentos, entre libros, artículos y extraordinarios manuales de juegos de rol, sin mencionar tomos en físico, algunos de ellos auténticos tesoros, como el que inició formalmente ese aprendizaje y que fuera obsequio de mi querido amigo Carlos Alzate: Escritores en su tinta, de Fernando Vásquez Rodríguez[16]; otros unos fiascos mamotretudos, como Seven Basic Plots, de Christopher Booker, que anhelé durante años y me desinfló en cosa de cinco páginas nefastas desdeñando a Chekhov, de un dogmatismo simbolicista que haría palidecer a los realistas fundamentalistas, al monomito de Joseph Cambpell[17] y al culto en torno suyo (si hay algo que me enferma mil veces más que el dogmatismo realista, es el dogmatismo de quienes creía aliados en la reivindicación de la mitopoética).

Ese brevísimo ejercicio — que al menos de manera formal ya terminó, aunque a los recursos vuelvo todo el tiempo, porque son sensacionales— confirmó mis sospechas sobre la estructura de los cuentos realistas, o mejor, el sesgo realista en la estructura de los cuentos, o más exactamente aún, el sesgo realista en las cabezas de los cuentistas, incluso de muchos de quienes figuran como grandes fantasistas de la historia, tipo Edgar Allan Poe, porque a fin de cuentas a todos nos vienen educando con ese sesgo, creo yo desde hace por lo menos cinco siglos, pero podría ser, a riesgo de que me dé un infarto, desde Platón. En todos los casos, sin excepción, se trata de una sucesión de momentos que, desde un punto de vista lógico, dan la sensación de realidad o credibilidad o verosimilitud… ¿Les suenan de algún lado las nociones de causalidad y razón instrumental?

Esa estructura está estudiada hasta el hartazgo, con las variantes históricas y culturales de cada caso (que los buscadores de monomitos son incapaces de admitir o quizás incluso de advertir), desde la Poética de Aristóteles, pasando por la intrigante propuesta de Kurt Vonnegut, hasta el mencionado Seven Basic Plots de Booker. Dicho estudio exhaustivo no deja de revestir interés, si no fuera porque se ha dejado por fuera… justamente la poética. No hay nada de poético ahí, pero ya retomaré esa idea.

Otra sospecha que confirmé es que en efecto soy capaz de entender y ejecutar una estructura semejante, puesto que es exactamente lo que hago cuando escribo ensayos académicos. Hasta lo disfruto, si no fuera porque sé que estoy mintiendo o, al menos, me estoy mintiendo. Mi cabeza es humana y pollísticamente incapaz de creer con sinceridad que la experiencia humana funciona así. Por lo tanto, cuando me fuerzo a hacerlo en mis proyectos narrativos personales, termino por inducirme una horrible náusea intelectual y espiritual. Confirmada también, entonces, mi sospecha de que mi problema con lo que he venido llamando “realismo” no es de ineptidud sino de absoluto desinterés, por no decir desdén o incluso repulsión.

Poéticamente hablando era una idea necesaria, es decir, en el panorama amplio, en la historia general de lo que podríamos llamar el pensamiento humano o al menos occidental, era una idea necesaria, narrativamente necesaria, pero eso no quita que haya hecho mucho daño ni que me haya hecho mucho daño. En fin… El asunto es entonces que mi yo perverso es más literal y procura mayor coherencia que el común de las personas, se parece más a los Sheldon Cooper del mundo, y vaya que saboteaba mis ejercicios narrativos. Poder tener claridad sobre esto y rumiarlo y regurgitarlo como en este momento lo hago supuso para mí un envión de confianza que necesitaba con gran urgencia. 

La última sospecha que confirmé es que en efecto la experimentación más audaz suele venir del lado de la vanguardia, de quienes por diversos motivos toman distancia del realismo (y que por lo general no se atrevieron todavía a proponer sus respectivas estructuras de como se supone que funciona un cuento), a pesar de que no falten nunca los Chekhov y los Dostoevsky encumbrados por el canon (con sobrado mérito, todo hay que decirlo). Ya hemos dicho también que, a menos que sean de la genialidad de un Kafka o un Borges, a ese mismo canon le cuesta concederle mérito a quienes ven quimeras (o monstruos).

Los grandes vanguardistas, los buenos, los poderosos, crean las nuevas técnicas, los nuevos estilos, ¡es más!: los nuevos lenguajes; descubren avenidas inexploradas en la lógica poética y las plasman en el mundo tangible, casi como si de una canalización se tratara (de hecho, muy probablemente es de eso, ni más ni menos, de lo que se trata), para que después quienes se marean en los viajes las estudien y las organicen y las incorporen al canon, y prohíban que nadie jamás vuelva a hacer nada nuevo ni distinto, y se vayan a la cama tranquilos, complacidos, a soñar con su mundo de orden y control y sistemas cerrados.

Los grandes vanguardistas, los buenos, los poderosos, los Kafka y Carter y Baudelaire y Borges y Cortázar y Calvino y Jarry y Saramago, a mí me salvan la vida, no porque pretenda estar a la altura de ellos, sino porque me hacen sentir tranquilo con mi ejercicio creativo, porque no podrían importarles menos las cercas de púas entre géneros, porque escriben novelas ensayosas y ensayos cuentosos y anuncios publicitarios y tratados patafísicos y vaya usted a saber cuántos tipos de texto más, y en resumidas cuentas dan a entender que una historia puede ser, que una historia de hecho es, [prácticamente] cualquier idea.

(Lo siento, vendedores de storytelling de puerta a puerta, sé que ya se habían aprendido la perorata, pero una de las actividades sagradas para el alma humana no se puede reducir a un folleto de propaganda barata). Pero, sobre todo, me han permitido estar tranquilo con mi llamado y con mi destino, entendiendo que escritores de crónica y reportaje ya hay muchos y muy buenos, al igual que profesionales en ciencias sociales que pueden seguir escribiendo sus historias sobre cómo todo en la experiencia humana son causas materiales y lo demás es superstición. Yo no vine a este mundo a eso y, para sentarme a ejecutar narrativas realistas, lo mismo me daría volver a los empleos formales o ponerme a vender humo[18].

IV.

Más atrás dije que ninguna de las estructuras narrativas propuestas a lo largo de la historia, incluida aquella que fuese pionera en esta suerte de taxonomía literaria, la Poética de Aristóteles, tiene nada de poética. Explicar semejante afirmación tan desvergonzada me permitirá referirme a lo que sí me interesa en la narrativa, particularmente en los cuentos. Además, haciendo una búsqueda rápida para corregir un error de redacción, noté que la palabra “poética” ha aparecido diecinueve veces en esta especulación (contando las dos de este párrafo), ya sea solita, como parte de “mitopoética” o haciendo referencia a la obra seminal del filósofo griego. Lo mínimo que puedo hacer es explicar a qué demonios me refiero con ella.

No hace falta definir en este momento “poesía”, que además ni que fuera tan fácil, llevamos miles de años como humanidad en ese chicharrón (yo hice una reflexión sobre lo confuso que me resulta el asunto en Dilemas Posmodernos 1: confesiones de un haragán, por si quieren leerla); por lo pronto, lo que me interesa aquí son algunas expresiones que, aunque nacieron en la academia, se volvieron patrimonio del habla coloquial, de la cultura popular, tales como “justicia poética”, “justicia divina” o “ley de Murphy”. Y aunque pueden encontrarse definiciones especializadas de cada una, prefiero tomar sus connotaciones, justamente, de la cultura popular. Me parece que lo que tienen en común las tres, y con otras expresiones similares, es lo aparentemente fortuito, lo irónico, lo paradójico… Haciendo esta lista sigo prolongando el enredo, porque los términos que la componen no significan todos lo mismo, pero me parece que lo que tienen en común, otra vez, ¿ahora sí? es lo aparentemente irracional. De hecho, la definición de Wikipedia[19] de “justicia poética” hace referencia a que en el desenlace (de una historia) no hay causas lógicas.

Por eso es afortunado que hayamos empezado hablando de Aristóteles, ni más ni menos que el padre indiscutible de la lógica, cuyos axiomas (me corrigen los filósofos) siguen fundamentando toda lógica, y cuyos predicables y cuyas categorías y cuyas… No, no hace falta convertir esto en una clase de filosofía. Baste tener en cuenta que Aristóteles fue el taxónomo por excelencia, que taxonomizaba taxonómicamente mientras pensaba en la taxonomía más conveniente para taxonomizar lo taxonómico. ¡Lo tenía que clasificar todo!

Pues su Poética no es la excepción, y aparte de hacer una clasificación exhaustiva de los géneros literarios de su tiempo, fue el primero en cientifizar la narrativa metiendo su cochina lógica en ella. Por ejemplo, según el señor Aristóteles, vayan y lean si no me creen, lo irracional no tiene nada que hacer en la tragedia, tal vez cabe un poquito más en la epopeya, y en todo caso debe ser solamente un recurso dentro del argumento (noción, si entiendo bien, similar a la de “trama”), porque lo que debe primar es… (redoble de tambor…): la verosimilitud. Desde allá viene esa obsesión. Díganme ustedes queridos literatos: más allá de que los sucesos ocurran en este mundo, con personajes humanos y otros elementos familiares, pertenecientes a este mundo, a La Realidad, ¿qué tan verosímiles son las tramas en el género que en francés se denomina fantastique?[20].

Yo sé, yo sé, que la suspensión de la incredulidad, que la gracia es que el lector se crea algo imposible… Mi punto sigue siendo que lo irracional, lo irónico, lo fortuito, lo paradójico, tan constitutivo de la experiencia humana como lo verosímil, se redujo a un simple recurso, a una de muchas estrategias para producir efectos narrativos o para hacer que el lector se crea lo maravilloso. Lo maravilloso que, ¡obvio!: es falso. Pues no: No es falso. Ni inverosímil. Ni irreal. (Para quienes vayan a seguirme leyendo, les he suplicado a los dioses que me queden por lo menos cuarenta y un años, pero mejor si son cincuenta y uno, para explicarles tan escandalosas afirmaciones).

No está de más recordar que Aristóteles puede ser también considerado el padre del realismo filosófico, en oposición al idealismo de Platón, y que, por ahí derecho, puede ser considerado también el padre del materialismo moderno, y por ahí derecho de las ciencias materialistas y… no, del cientificismo no le vamos a echar la culpa, porque eso es una perversión del pensamiento, pero, sobre todo, una enfermedad del alma, también conocida en el lenguaje común como: Miedo (cosa que parece ser común a todos los fanatismos).

Así las cosas, lo irracional y toda su cohorte se fueron cercenando de la narrativa, así como de toda la cultura occidental, ¡desde la lógica de Aristóteles! Déjenle a quienes no entienden de historia creer la payasada de la Revolución Científica: Que una civilización que llevaba ¡miles de años! creyendo en lo sobrenatural se volvió materialista, secular e incluso radicalmente atea en cosa de dos siglos… Seguramente cambiar las costumbres y las formas de ver el mundo de miles personas durante miles de años es así de fácil. ¿No ven lo bien que les fue a los comunistas con eso? Como cuando ustedes quieren cambiar un hábito… Seguramente no es sino tomar la decisión, chasquear los dedos y ¡pum! De la noche a la mañana, el hábito ha sido reemplazado por otro. No es que les tome años o que a veces sea de plano imposible… Por eso las matemáticas, en este caso la potenciación, son importantes en las ciencias sociales…

Todo esto para decir algo bien sencillo: Mi razón de vida es reivindicar lo irracional, más exactamente lo imaginario, no como un recurso, no como una estrategia, sino como un elemento integral en la experiencia humana y por ahí derecho indispensable en la narrativa. Mi taxonomía en este momento es mucho menos clara que la de Aristóteles, todo hay que decirlo, pero me parece que lo irracional, al igual que lo fortuito, lo paradójico, lo irónico y el larguísimo etcétera de esta hermosa familia que nos han prohibido, salvo como “ficción” o, peor aún, “fantasía”, y que a mí y a muchos otros nos salva la vida, siendo el opuesto complementario del absurdo de Camus… me parece que todo eso forma parte de lo imaginario, no sólo como la facultad “imaginación”, no sólo como una capacidad del intelecto humano, sino como una parte fundamental de la realidad.

La narrativa de lo imaginario, que reivindica como elementos fundamentales lo irracional y toda su cohorte, esa es la que me interesa a mí, esa es la considero auténtica fantasía. ¡Por eso me aburre la fantasía épica! ¡Porque casi que no es fantasía! Lo que hace es inventarse otros mundos y llenarlos de reglas y leyes para que sean tan verosímiles como se supone que es y debería ser este. ¡Valiente chiste!

La mejor noticia de todas es que, aunque no cuenta con un pedestal en el estudio académico de la narrativa, aunque no pululan los manuales para comprenderla y ejercitarla en ese campo, no sólo está vivita y coleando desde… pues desde siempre, sino que otras disciplinas del saber, contra viento y marea, llevan ya más de un siglo estudiándola a profundidad. ¿Por qué putas no hace parte todavía de los estudios de artes narrativas, salvo como algo marginal que se mira con recelo? El materialismo cientificista ateo no sabrá explicármelo…


[1] La frase original no dice inconsciente, sino intuición: Your intuition knows what to write, so get out of the way.

[2] Junio – julio de 2023, aproximadamente.

[3] Es importante aclarar que a lo largo de esta y probablemente muchas otras especulaciones, hablaré indistintamente en primera persona singular (yo, mi, me) y plural (nosotros, nuestros, nos). En ambos casos se trata siempre y únicamente de mí, a no ser que indique explícitamente lo contrario.

Ya habrá textos para hablar en detalle de lo que llamo “el parche de la mente”, pero básicamente se trata del montón de voces que tenemos todos en la cabeza y que, si les prestamos suficiente atención, nos daremos cuenta de que no son la misma voz (la conciencia, Pepe Grillo o lo que sea) diciendo cosas diferentes, sino, al menos, decenas de voces diferentes, con sus personalidades, sus intereses, sus prioridades, etc.

Para quienes lo estén pensando: Nunca he sido diagnosticado con trastorno de personalidad múltiple ni esquizofrenia ni nada parecido, y me tomo muy en serio la salud mental. En ningún caso se trata esto de trivializar esos trastornos ni de revictimizar a quienes sí los padecen. Precisamente, también me tomo muy en serio la negligencia y la trivialidad la cultura occidental moderna frente a la mente y sus fenómenos, incluyendo la simplificación grosera de que todas las personas tenemos una personalidad y/o identidad unitaria, con contornos claramente definidos. Este es otro de los problemas muy graves que le endilgo al materialismo reduccionista, pero ya hablaré bastante de eso durante los próximos cincuenta años.

Comentario suelto: Últimamente se me ha ocurrido que quizás la diferencia entre las personas mentalmente “sanas” que sabemos que tenemos un montón de voces en la cabeza y quienes han sido diagnosticadas con esquizofrenia, es que nosotros percibimos las voces siempre adentro (de la cabeza), mientras que ellas no logran distinguir entre aquellas que están afuera (básicamente las otras personas), las que están adentro y aquellas que pueden desplazarse de un lado a otro. 

[4] Me pregunto si es siquiera posible que haya ciencias (naturales y cualesquiera otras) materialistas, reduccionistas y positivistas que no sean cientificistas, pero no importa, procuro ser limpio, claro y justo en mi uso del lenguaje.

[5] Con todo lo problemático que sé que es esto y cuánto le puede poner los pelos de punta a personas especializadas en las respectivas disciplinas.

[6] Y ni siquiera, estarán pensando algunes, con el último siglo de la física, la incertidumbre, la mecánica cuántica y todo eso… Tienen razón, seamos más precisos todavía: Creer dogmáticamente que todo el comportamiento humano funciona como la física newtoniana.

[7] La psicología de la proyección es sensacional. Recomiendo este video para quienes estén interesades…: La Psicología de la Proyección

[8] MINDFULNESS: Is It Deep or Dumb? – Wisecrack Edition

[9] Ah, mentiras, el Dios católico es culpable de todo lo que ha salido mal en el mundo en todos los momentos históricos, incluso antes de que se lo hubiesen inventado, y es fiel prototipo de todas las demás divinidades, así como el catolicismo es fiel prototipo de todas las demás religiones que han existido jamás, existen y existirán, y eso es algo que se puede asumir tranquilamente sin haber presenciado esas otras religiones y ni siquiera haber leído algo sobre ellas…

Hay que sacar la bilis de algún modo… Al que le caiga el guante, que honre la honestidad y el rigor intelectual y se siente a leer, así sea para conocer a su enemigo.

[10] O “la espiritualidad” o “la conexión con lo trascendente” o “el vínculo con… el cosmos, el universo, la Pachamama o el Monstruo Espagueti Volador o Maradona o Luke Skywalker” o como les salga de los huevos (colgantes o internos) decirle…

[11] También soy un experto multidisciplinario, polifacético y versátil en el ancestral y subvalorado arte de fracasar, si hubiese un PhD de eso, a mí me lo hubiesen otorgado honoris causa, pero ese es tema para otra ocasión.

[12] Ultra High Definition/Ultra Alta Definición, para los de mi generación y las anteriores.

[13] Porque cualquiera que le haya echado cabeza al ateísmo materialista y al mito del desencanto, sabrá cuánto le deben estos al catolicismo medieval, sin el cual no habrían ocurrido jamás.

[14] Esto parece no funcionar del mismo modo en los medios audiovisuales, pero honestamente no lo sé, preferiría documentarme que saltar a conclusiones apresuradas.

En todo caso, me parece que ni siquiera el boom de la fantasía épica y su feliz matrimonio con el subgénero de jóvenes adultos, durante las últimas dos o tres décadas, ha cambiado mucho el panorama general. Antes bien, quizás lo ha empeorado, haciendo que un amplio sector del público no especializado crea que la (a mi modo de ver) ingenua y muchas veces insípida, inofensiva e intrascendente fantasía épica es el único tipo de fantasía que hay, todo lo que la fantasía puede ser.

No es sino ver las películas de Calabozos y Dragones, qué cosa tan lamentable, y en lo que terminó convirtiéndose el juego también. Para mi muy fastidioso y quisquilloso gusto personal, a estas alturas una vergüenza para los juegos de rol clásicos, los “de mesa”. Pero ese es tema para otra especulación, o quizá para el canal de YouTube…

[15] Eso que en una fiebre de vender baratijas que nadie necesita, cosa que nunca pasa en el capitalismo, y con el reduccionismo más irrespetuoso imaginable, ha dado en llamarse “storytelling”, dando como resultado no una sino un sinfín de fórmulas, de recetas, como quien cree que cocinar con los ingredientes y las cantidades correctas es lo mismo que tener sazón. Tema este, también, para otra especulación llena de bilis.

[16] Cuál sería mi fobia a la crítica literaria (y a los críticos) en aquel entonces, que Carlos me la dio de contrabando, diciéndome algo como: “toda la teoría literaria aquí contenida es de la pluma de los propios escritores, no de los críticos”, lo cual fue uno de los descubrimientos más felices de mi vida. Ahora que lo pienso, al pobre Carlos le tocó como a esas mamás que le licúan los vegetales a sus hijos y se los camuflan en la sopa, porque de otro modo no hay quien se los haga comer. 

[17] Que ostenta el poco honroso título de la idea mitopoética que mas simplificaciones pendejas ha suscitado en la historia registrada…

[18] Esto no es ni con quienes fueran mis empleadores ni con mis antiguos compañeros, es entre el mundo, este, nuestro mundo, y yo. Suscribo con vehemencia el planteamiento de David Graeber, y creo que lo llevo incluso más lejos: en lo que a mí respecta, la mayoría de trabajos contemporáneos son una patraña, lo que él llamaba “bullshit jobs”, trabajos de mierda, no sirven para nada y no ayudan a nadie.

Aplaudo eso sí, y me solidarizo con, cualquier actividad legal que una persona realice para ganarse el pan. Repudio con las tripas que eso las lleve, en la mayoría de los casos, a ser esclavizadas. Me deja estupefacto y sin palabras que haya quienes necesitan la esclavitud y se enloquecerían con la libertad que yo ahora disfruto.

[19] Concordarán conmigo es que las Wikis son barómetros bastante útiles de la cultura popular, de los usos populares, de lo que significan las cosas en el hablar cotidiano, no académico, no especializado.

[20] Básicamente, la mejor palabra que encontró Jacobo Siruela para la fantasía no épica, la de los Borges y los Cortázar y los Poe y los Bradbury y tantos otros narradores maravillosos…

1280 720 El Puente de Octarina
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